Con este texto aceptamos la invitación a una asamblea europea realizada por el colectivo Euronomade.
Hemos inaugurado este año político de los Municipios Sociales de Bolonia con un amplio debate sobre las cuestiones que plantea la nueva era política que denominamos “más allá de lo humano”; nos pareció determinada por la subsunción real de todo el “algoritmo del mando financiero”, en el que se mueven subsistemas interconectados pero dialécticos, inmersos en la crisis ecológica.
Vivimos tiempos de grandes cambios: una nueva era en la que los ciclos largos y cortos de la historia se encuentran, creando trastornos tecnológicos, guerras, pandemias con efectos en las dimensiones híbridas del espacio, la tierra y lo digital, dimensiones en las que se están redefiniendo los poderes y contrapoderes de los imperios y los estados, de los grandes agregados de capital y tecnología, y de la investigación científica.
La tercera primavera pandémica tenía la vista puesta en la post-pandemia, pero se encontró inmediatamente alistada en el fango de la invasión de Putin a Ucrania; por lo tanto estamos hablando de las mismas cosas, pero con una aceleración muy fuerte, porque las razones de esta agresión imperial por parte del subsistema ruso del mando financiero son múltiples: geopolíticas, energéticas y estratégicas, es decir, internas a las cosas que estábamos discutiendo en Septiembre.
La guerra en Europa nos obliga a construir una respuesta política global, general y adecuada, nos empuja a operar con lucidez y riesgo, tomando decisiones que no sean oportunistas, sino al menos comparables a la dureza del nivel de confrontación planteado malditamente por Putin, al nivel de los cambios históricos que éste acelera; es decir, no podemos salirnos con fórmulas rituales, útiles para posicionarnos en un tablero político que parece estar a años luz del actual.
Empecemos fijando algunas estacas en nuestro razonamiento.
Putin ha atacado a Ucrania, un país soberano, no un narcoestado ni un territorio obligado a una obediencia pactada.
En Ucrania se practica el derecho de resistencia a la invasión rusa, una resistencia generalizada y comunitaria, imprevista tanto por los rusos como por muchos otros actores políticos. Negar la evidencia es imposible.
Hoy, después de cuatro semanas de guerra, esta resistencia se basa en la petición de entrar en Europa, y no en la OTAN; no sólo pide la acogida de los desplazados en Europa, sino también ayudarles en su resistencia y tomar decisiones políticas precisas sobre la relación con su propio país.
En definitiva, desde Ucrania se pide a Europa que actúe políticamente, además del trabajo voluntario y de ayuda que ya están haciendo cientos de miles de solidarios, cientos de ciudades -históricamente el corazón de nuestra Europa- y las iglesias -a veces amigas, a menudo enemigas de Europa-.
Todo el debate parece girar en torno a estar a favor o en contra del envío de armas.
Sin embargo, creemos que es importante orientar nuestro comportamiento hacia una visión política, con los pies firmemente plantados en la realidad que se está materializando.
Debemos apoyar el derecho al retorno de l@s refugiad@s de guerra. Debemos rechazar el uso bélico de l@s desplazad@s y defender su derecho a volver a su país, libres de moverse por Europa pero sin abandonar sus hogares por obligación. La frontera de Ucrania en llamas es el espacio de resistencia al abandono de las ciudades: acogemos a l@s que quieren escapar, organizamos la huida si es necesario, pero ¿por qué no intentamos politizar la frontera y desde ahí organizar una nueva Europa?
Esto es lo que tenemos que hacer, nosostr@s europe@s en Europa: política.
El tablero geopolítico se agita y probablemente se agitará por muchos otros acontecimientos -incluso dramáticos- durante muchos años, porque en el nuevo mundo del “más allá de lo humano” el equilibrio -si es que lo habrá- habrá que buscarlo en los movimientos epocales, geológicos e históricos entre islas imperiales y continentales de los subsistemas.
En una nueva era geopolítica, las cosas suceden con un tiempo de dimensión histórica, no de horas, sino de décadas, procesos kársticos y de aceleración, guerra y paz, redes largas y soberanismo barato, renmimbi y bitcoin pero también trueque, reciclaje y reconversión de materiales e ideas del pasado.
El mes de guerra en Europa ha dejado al descubierto el “lack of Europe”. Han aflorado todas las carencias, el peso de las decisiones no tomadas -o muy mal tomadas- y los errores de no construir un sistema político europeo.
Se necesitó una pandemia para que los fondos de la reconstrucción se hicieran.
Nos tienen que hacer la guerra en casa para que discutamos una política energética común y comunitaria, que para nosotros sólo puede ser una transición energética total que se aleje de las políticas extractivas.
Deberíamos haberlo hecho antes, tenemos que hacerlo ahora.
En la nueva era tenemos que encajar como una dimensión continental e integrada, sino desaparecemos. O nos dispararán y, en el mejor de los casos, nos indignaremos y pediremos a la ONU que se ocupe de ello, lo mismo que escalar en Nepal en chanclas.
El continente europeo, saboteado durante décadas como proyecto político por intereses nacionales intraeuropeos parasitarios o por especuladores extraeuropeos, es la opción que falta entre los subsistemas que ya operan en el mundo posthumano, como todo el mundo dice a estas alturas.
Para nosotros, hacer política aquí, ahora, significa luchar por la construcción de una opción política europea fuerte, contra la mediación estatal, más allá de la cultura nacional.
Luchar por la opción política de fundar los Estados Unidos de Europa, con una constitución europea que se reescriba, derechos universales, estado del bienestar común y una autodefensa compartida que se invente.
¿Estamos hablando de nacionalismo europeísta? Vayamos al fondo de las cosas, no entremos en disputas nominalistas. En cambio, ¿cómo construimos nuestro campo de fuerza contra la economía de guerra? ¿Queremos que Francia se pase a la energía nuclear, que Alemania vuelva al carbón, que Italia perfore sus propios mares, cada uno en orden aleatorio? ¿O queremos luchar por una comunidad energética europea independiente que – AHORA!- afronte conjuntamente el reto de la reconversión ecológica y se libere de la dictadura terrorista de los hidrocarburos? Si hubiéramos abandonado hace tiempo la zona de confort de las tuberías rusas, ahora seríamos mucho más libres.
Consideremos la cuestión del espacio, sí, el espacio, una cuestión decisiva para Europa. ¿Construimos nuestro propio sistema para poner satélites en órbita o nos resignamos a la idea de que dependeremos de Elon Musk y su flota de satélites?
Y, al mismo tiempo, ¿luchamos por un contrato laboral, un sistema sanitario y un bienestar comunes en nuestro continente?
Si a todo esto se le llama “patriotas europeos” en el lenguaje del pasado, o más bien ser “matriotas”, entendido como una opción definitiva por Europa, lo somos.
El quid de la cuestión es por lo que estamos luchando.
Hagamos Europa y luchemos en ella. Sólo en el proceso constituyente de los Estados Unidos de Europa podremos construir la opción Confederalista Democrática, nuestra opción. Sin esto, volveremos a estar atrapados en el aterrador no-lugar de la crisis de los estados nacionales europeos, sin aire para luchar en un espacio más amplio que nuestras ciudades.
O proceso constituyente y lucha radical, partisana y revolucionaria de los matriotas europeos en su seno, o estancamiento político.